martes, 11 de noviembre de 2014

Embriagada



Tu cuerpo me habla en un idioma que yo solo entiendo. Entre la penumbra vislumbro tu sonrisa.
En medio del humo puedo percibir ese olor tuyo que anula todos mis sentidos excepto uno.

Tu delgada silueta está en la cocina de una casa en la que no somos bienvenidos. Voy hacia ti y te abrazo.
Suspiro y me muerdo la lengua para no decir nada de lo que pueda arrepentirme luego.
Las curvas de tu oreja me piden a gritos que las acaricie con mi lengua. Darte placer es el mayor de mis deseos. Te acaricio como si no hubiera mañana y sentirte fuese lo último que deseo hacer antes de dejar este mundo.

Todo lo demás no importaba y sigue sin importarme. Tu mirada me atraviesa como el más afilado de los cuchillos. Me siento desnuda ante ti y tus magníficos ojos brillantes, que son capaces de vislumbrar hasta el más oculto de mis miedos. Hacerte estremecer es lo único que me hace querer continuar en esta vida.


De repente todos esos recuerdos se hacen añicos. Despierto de mi fantasía y me veo a mí misma vestida de uniforme con una escoba entre las manos. Sigo trabajando mientras veo como un hombre que usa tu misma colonia se va del restaurante con una mujer agarrada de su brazo. Y respiro.